Opinión

República Dominicana, un estado solidario no puede ser racista

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En los diferentes medios de comunicación se defiende desde hace mucho tiempo la condición de la República Dominicana como un estado, pluriracial, solidario y que no discrimina a ningún ciudadano, por su raza, religión, condición social, o económica, como lo estipula la constitución dominicana. Esto, ante los embates que durante décadas enarbola la comunidad internacional contra el país, ante la realidad que compartimos con nuestros hermanos haitianos y en la cual, somos los villanos favoritos.  

Pero a nuestro humilde juicio la defensa no ha sido llevada al terreno apropiado, sino que nos hemos dedicado a negar y a defendernos de las acusaciones racistas, argumentando que nuestra población también es negra, pero  sin estipular los argumentos pertinentes y las tesis legales que nos pueden liberar en cualquier escenarios del estigma de Estado racista como el que nos quieren endilgar, esas  naciones cuyos intereses todo el mundo conoce, ya que históricamente han sido sanguijuelas de naciones como Haití y República Dominicana y pretenden continuar chupándonos la sangre.

Lo primero que deben establecer los defensores de la nación, sin recurrir al patrioterismo barato del que mucho se aprovechan para pescar en río revuelto, es establecer qué es un Estado racista y cuál es la principal condición para que un estado pueda ser declarado racista y discriminatorio como lo han hecho con la República Dominicana y para establecerlo hay ejemplos a montones, pero antes de mencionarlos establezcamos lo que a nuestro juicio es el principal elemento de un estado racista y ese es: La segregación.

Los ejemplos históricos de estados racistas nos confirman que un estado que no segregue a sus ciudadanos no puede ser tildado de estado racista, o tendríamos que redefinir el concepto de Estado racista. Estados Unidos hasta la década del 1960 era un Estado racista y los reflejos de esa rémora aún persisten dentro de esa sociedad, que era racista porque segregaba a una parte de sus ciudadanos que eran minorías, por el color de su piel. El presidente Lincoln abolió la esclavitud; pero permaneció el estado segregacionista, que le negaba los derechos que tenían los blancos, a los ciudadanos afroamericanos, por ser considerados de una raza inferior.

De ahí que los negros no podían utilizar los mismos servicios que los blancos, no podían visitar los mismos restaurantes, no podían ejercer el derecho al voto entre otros y aunque ya no eran esclavos, pasaron a ser ciudadanos de segunda y tercera categoría.  Esta situación la vivieron los primeros peloteros dominicanos que llegaron a las grandes ligas, Juan Marichal, los hermanos Alou entre otros que debían esperar que sus compañeros de equipo les llevarán al autobús los alimentos porque por el color de su piel, no podían entrar a comer a los restaurantes que servían a los blancos. Para revertir esta situación en el país de la libertad, el movimiento por los derechos de las minorías negras en Estados Unidos tuvo que emplearse a fondo y verter mucha sangre.

En Europa encontramos ejemplos de países racistas, el mayor de todos y el más terrible de ellos es el de la Alemania nazis, con Adolf Hitler y su teoría de la raza pura, con la que protagonizó el más grande de los holocaustos que registra la historia contra el pueblo judío. El último de estas aberraciones lo fue el sistema segregacionista del Apartheid en Sudáfrica donde un grupo minúsculo de blancos de ascendencia inglesa, le arrebataron sus derechos a toda una nación negra. El símbolo principal de esta lucha lo encarnó Nelson Mandela, quien duro varias décadas tras las rejas por el único pecado de exigir que los negros fueran tratados con igualdad en su propia nación africana. 

Establecido lo anterior, la comunidad internacional comete la mayor de las injusticias al endilgarle a la República Dominicana el odioso epíteto de Estado racista, cuando este no es un país segregacionista, nunca hemos visto en el transporte público, autobuses o metro, asientos o zonas dentro de los mismos, dedicada solo a los haitianos. En una fila para adquirir algún servicio, no he presenciado a un vigilante quitar a un ciudadano haitiano para colocar a un dominicano; pero tampoco en los hospitales se antepone a un dominicano por delante de un haitiano. No he visto en una fonda, comedor o restaurante un letrero que diga prohibido la entrada a perros y haitianos.

Lo que veo a diario en nuestro país es una convivencia con los haitianos, que en muchos sectores laborales superan con creces a los dominicanos, el sector construcción les pertenece por completo, también tienen el sector agrícola, han penetrado con fuerza en el sector turismo, el transporte público, donde no solo hacen de motoconcho, sino que también manejan sus vehículos y taxis, prestando estos servicios sin ninguna oposición, son dueños de muchos negocios informales y los dominicanos los patrocinan. 

Todo en violación de nuestras propias leyes y en perjuicio de nuestros ciudadanos y ciudadanas. Por lo tanto, yo contrario a la comunidad internacional y los que nos atacan, por ningún lado veo un estado racista, más bien percibo un estado humano y solidario, con una nación que históricamente ha sido maltratada por las grandes naciones y las elites que gobiernan allí y creo que lo mismo percibe cualquiera que nos mire y nos juzgue con justicia y equidad.

Por Bolívar Mejía

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