La sociedad dominicana ha sido atacada en las últimas décadas en lo más profundo de sus raíces, el flagelo de la inmigración dividió las familias, desde los últimos años de la tiranía cuando comenzó el flujo migratorio, hasta el inicio de la maltrecha democracia, durante la cual, en vez de disminuir, aumentó de manera exponencial la salida de dominicanos hacia el exterior. Algunos de manera legal; pero la inmensa mayoría de forma ilegal y arriesgando sus vidas en frágiles embarcaciones, ante la indiferencia de todos los gobiernos.
La democracia ha sido incapaz de proporcionarle al pueblo dominicano las herramientas para el desarrollo político, social y económico, que le permita a un país rico como este, colmar las necesidades y sueños de sus ciudadanos y ciudadanas, sin que tengan que autoexiliarse en un estado extraño en busca de subsistencia básica: Alimentos, salud y educación. En cambio, la democracia sacó muy buenas notas en macroeconomía, con altos beneficios para las elites industriales, empresariales y sus socios extranjeros, cada día más voraces. Ahora van tras el agua, luego querrán embotellar el aire que respiramos.
A mi entender ahí comienza la fisura y la atomización del núcleo más importante de una sociedad, que es la familia, cuando sus componentes son obligados a emigrar, dividen y debilitan la sociedad. Es aquí donde debemos comenzar a buscar las raíces de la inseguridad ciudadana y otras lacras que nos azotan al día de hoy.
El nuevo milenio aceleró el proceso de desmoralización social y esa misma migración importó al país, nuevos valores y estilos de vida, que, en vez de fortalecer el tejido social dominicano, lo debilita a tal nivel, que la identidad ha quedado reducida al plátano power, la cultura, a algo que llaman reggaetón, Denbow y un conjunto de actitudes que conforman la cultura urbana, que intentan sustituir la rica cultura y las tradiciones dominicanas.
Esto junto al acelerado endeudamiento en que cada gobierno involucra al país. Nos hunden en una fosa profunda y oscura que, poco a poco, nos va convirtiendo en una sociedad zombi. Si creen que exagero, les remito a las redes sociales, vean los videos de los jóvenes de la 42 en Cristo Rey y súmale a eso las nuevas drogadicciones (Fentanilo). Por otro lado, corremos el riesgo de ser abducidos por un conglomerado más primitivo, pero cuyas raíces culturales e identitarias son más fuertes que la nuestra y en estos momentos, convertidos en hordas enardecidas construyen un canal en la frontera violando acuerdos preestablecidos.
Pero el menor de los daños que provoca el endeudamiento, en que cada gobierno sume a la nación dominicana, es el costo económico, lo que cada dominicano paga por esa astronómica deuda en dólares, es ínfimo, ante el costo social, que nadie contabiliza, ni miden sus proporciones e impacto en la sociedad. Este costo se hace efectivo al instante y las generaciones futuras seguirán pagando ese interés venenoso, que genera cada dólar que nos prestan los organismos internacionales.
Esto los políticos no se lo explican al pueblo; lo percibimos cuando en el congreso aprueban leyes, que nadie sabe que mago se la sacó del sombrero en uno de esos actos de magia legislativa, a los que nos tienen acostumbrados nuestros representantes, cuando aprueban leyes que perjudican al pueblo dominicano. Ese es el costo social, el rédito más terrible que nos obligan a pagar nuestros gobernantes, que por cada préstamo tomado alienan la soberanía, la ponen al servicio de los vampiros que chupan la sangre de la nación, y la dejan convertida en lo que tenemos hoy.
Ante este panorama, concluyo que la única línea de defensa que le queda al pueblo dominicano, ante la embestida brutal a que está sometido, por la falta de conciencia de nuestros políticos, son las Juntas de Vecinos, organismos sociales que agrupan a los residentes de un perímetro dentro de los ayuntamientos del país, estos organismos existen en toda la geografía nacional y fue una de las cosas importantes que se importaron al país durante los gobiernos del PRD, en los tiempos de la sindicatura del Dr. José Francisco Peña Gómez. Pero este tema lo trataremos en una segunda entrega de este artículo la próxima semana.
Por Bolívar Mejía