Panorama Nacional. El reflejo exacto de un infante trabajando en las calles es una muestra clara de perdición personal. Los niños y niñas pobres que dejan la escuela para trabajar, no van a poder tener una buena educación y van a seguir siendo pobres toda su vida.
Todo apunta a que la situación laboral en los infantes tiene que ver directamente con la falta de oportunidades derivadas de la pobreza y precariedad en sus hogares.
Historia de Juan.
La madrugada se convierte en la aliada silenciosa de Juan, (a partir de ahora todos los nombres de niños mencionados en este reportaje son ficticios para proteger su integridad) un niño de 12 años, quien acompaña a su padre a recoger frutos en una finca de Baní. Las manos agrietadas de Juan, endurecidas por las largas jornadas bajo el sol, revelan la historia de sueños postergados y un ingreso que nunca alcanza para cubrir las necesidades básicas.
“Yo quería estudiar para ser doctor, pero paso casi el día entero aquí”, confiesa con una voz que refleja más madurez que su corta edad.
Historia de Luis «limpiavidrios».
Luis, es uno de ellos. Con apenas 11 años, pasa sus días entre el tráfico, exponiéndose a peligros constantes y a la indiferencia de muchos conductores. “A veces gano algo para llevar a casa, pero no siempre”, comenta con una mirada que denota cansancio.
El trabajo infantil coloca a los niños en una posición de alto riesgo para su salud física y mental, advierte la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Los menores expuestos a condiciones peligrosas enfrentan una mayor probabilidad de sufrir lesiones, enfermedades y trastornos psicológicos. Según la OIT, cualquier trabajo que comprometa su salud, seguridad o moralidad debe ser considerado como trabajo infantil peligroso.
Historia de María.
María de 13 años, recorre las calles vendiendo flores por varias horas al día. Su sonrisa tímida intenta atraer a los transeúntes, pero detrás de ella se esconde la presión de una familia que depende de sus ventas diarias. “Quisiera ir a la escuela, pero no puedo dejar de trabajar”, admite mientras ofrece una rosa a una pareja que pasa.
En las principales avenidas y mercados de Santo Domingo, el comercio ambulante es una de las imágenes más comunes. Niños y adolescentes venden frutas, agua, flores y otros productos, compitiendo con adultos en un entorno marcado por la precariedad y la incertidumbre.
Historia de José.
José, de 13 años, camina solo entre montañas de basura con un palo en la mano, buscando materiales reciclables que pueda vender. “Aquí trabajo todos los días. A veces encuentro cosas para comer, a veces no”, explica. En los vertederos, niños como José están expuestos a un entorno hostil: gases tóxicos, cortes por vidrios rotos y riesgos constantes de enfermedades que amenazan su bienestar.
A pesar de los esfuerzos gubernamentales, como la implementación del Plan Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil o la creación de los Comités Directivos Locales (CDL) de Lucha contra el Trabajo Infantil, establecidos en varios municipios del país, persisten barreras significativas para proteger a los niños. La falta de recursos, la inoperatividad en la que se encuentran, la deficiente coordinación entre los actores responsables y la debilidad institucional, dificultan la aplicación efectiva de la normativa.