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Paya, relato inédito de una noche sangrienta

Paya, relato inédito de una noche sangrienta

Esta redacción se dispone a ofrecerles el relato nunca contado de uno de los sucesos del narcotráfico internacional más cruento y sangriento que ha conmocionado a la sociedad dominicana, el cual, aunque parezca novelesco, está revestido del más alto rigor periodístico.

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Dieciséis años, tres meses y siete días han transcurrido desde aquella fatídica noche en la que fueron cruelmente asesinadas siete personas en los cañaverales de Ojo de Agua, Baní, cercano al litoral costero de Paya.

Dos días antes de la noche del 4 de agosto del año 2008, salen cuatro personas desde la isla de San Andrés, ubicada entre Nicaragua y Colombia, con un cargamento de unos 1,300 kilos de cocaína, Enrique Martin Gutiérrez alias El Washy, persona de confianza del don, Apolinar Altamirano Cuellar (fiscalizador), Giovanni Alejandro Bawie Duffis (capitán de la embarcación) y Orín Clinton Gómez (Timonel).

Dos días con sus noches duró la travesía que atravesó aproximadamente unas 620 millas náuticas del inquieto mar Caribe, desperfectos mecánicos y en momentos desorientación cognitiva en la memoria de personas consideradas expertos navegantes que ya habían hecho el viaje varias veces y cuya ruta la tenían sobradamente aprendida, eso y horas interminables en un  mar hostil que se negaba a permitirle llegar a orilla de la playa, hicieron naufragar aquella embarcación como presagiando lo que ya era inevitable, pues de este lado estaba ya en marcha el plan macabro que les robaría el último de sus alientos.    

Dos “rescates” fallidos

En medio del inmenso mar, la comunicación era escasa y dificultosa, los tripulantes se habían podido comunicar con el personal de tierra que le esperaba solo para avisar que tenían problemas con los motores y que por el momento se encontraban a la deriva, administraban por razones obvias la comunicación y eran cautos en indicar su posición exacta; la incertidumbre los embargaba y en ese punto solo le quedaba rezar, cosa que no les sirvió de mucho.

En tierra, los anfitriones de la masacre, contrataron a un personal que se encargaría de “rescatar” a los que traían el cargamento; ya que se encontraban a la deriva, estos desconocían sobre el plan de dar muerte a las cuatro personas que venían en la embarcación; así como a las otras tres que esperaban impaciente en la casa ubicada en Paya, la cual fungía como guarida.

Andrés Berroa Mercedes alias Frank El Capy (conocido de Agosto), corredor de botes de carreras y experto navegante en este tipo de travesía, se hizo acompañar de Domingo Onésimo Marmolejos alias El Ingeniero, y de un tal Chivo, este último un “pescador” de Barahona al servicio de todo un personaje conocido como Colorao, también de alguien que se identificaba como miembro de la Policía Nacional, pero que resultó ser militar. Su propósito: conseguir el bote zodiac en el cual zarparía en búsqueda de la embarcación que se encontraba con ambos motores inoperantes. En esos aprestos, estos dirigidos por El Capi visitaron días antes La Marina de Barahona con la intensión de conseguir el zodiac que allí se encontraba, por lo que contactaron al Loco y/o La Chalupa, ofreciéndole a este, unos cien mil dólares por el alquiler del bote.         

La primera de las dos expediciones, ambas lideradas por Frank El Capy, se produce en el bote zodiac de color blanco, de unos 22 pies de eslora y dos motores fuera de borda de 250 hp c/u, al Capy le acompañaba El Chivo y otra persona a quien le llamaban paisano, reabastecidos por otra embarcación piloteada por un joven de unos 21 años aproximadamente, apodado Zanahoria, quien realizó un transbordo de unos 15 garrafones de 18 galones de combustible, varios fardos de agua y empaques de jugos.

Luego de una larga espera en el punto acordado y no ver la embarcación que fueron a “rescatar” se retiraron, dirigiéndose a una cueva ubicada en Punta Colorá de Barahona, procediendo a dejar allí parte de los suministros.

El día 2 de agosto a las 10 am, se realiza una segunda búsqueda por instrucciones de José Luis Montas, alias el Duro Motors, con los suministros habituales en este tipo de expedición, tres fundas de pan sobao, salami, botellas de agua y 3 tanques de 17 galones de combustible, esta vez en una embarcación de 17 pies de eslora, color blanca y azul, se dirigen a unas 20 millas náuticas con dirección 1.7 sureste,  al este de isla beata, al timón iba Félix Mora Terrero, propietario de la embarcación , El Capy con GPS en mano y el chivo en la proa.

Al llegar al punto acordado, avisan a sus contratistas, esperan, no encuentran a nadie y regresan a tierra a las 19:00 pm, por Cayo Juancho, al llegar a tierra se dirigen a Barahona, pero retornando luego del aviso de que la embarcación que habían salido a buscar, estaba a unos 10 minutos de playa Viyeya.

Al estos llegar, la embarcación con el cargamento y los cuatros tripulantes ya habían arribado a su destino y mientras, eran trasladado hacia su funesto final. El Capi se disponía a llevar junto al Chivo a una milla náutica mar adentro la lancha donde minutos antes había llegado el cargamento de los 1300 kilos de cocaína, reparan los motores (cosa que les resultó fácil) movilizándose hacia el curro y luego a las 04 am a unas 10 millas frente a La Ciénega de Barahona, hundiendo por playa Enriquillo la lancha que días antes habían salido a “rescatar”.

Mientras esto sucedía, los cuerpos inertes de los tripulantes de aquella embarcación, yacían en el frio suelo de los cañaverales donde luego fueron encontrados.

El plan y sus participantes

Se dieron varias reuniones previo al fatídico día, en las cuales se distribuyeron los roles de cada quien a la vez que se establecieron las estrategias de cómo llevar a cabo el tumbe del cargamento de droga que ya había salido desde la isla de San Andrés, y claro que también del dinero involucrado en la operación; pero, sobre todo se discutió sobre la firme intención de matar o no a todos los involucrados, tanto a los ocupantes de la embarcación, como a aquellos que habitaban la casa de Paya, (el don, fulano y perencejo,) estaría demás decir cuál fue la decisión que se tomó, posición presentada y sustentada por José Luis Montas alias El Duro Motors y por el conocido como El Churro, quienes resultaron ser los autores intelectuales y materiales de la operación llevada a cabo, ese sangriento 4 de agosto, hace ya 16 años; el último de estos expresó frente a todo el grupo con lenguaje soez, tono autoritario y corazón desalmado, cito: “oigan lo que hay, debo un millón de dólares o de 700 a 800 kilos… y esta gente me han quedado mal en dos oportunidades, no se van a quedar con mi dinero hay que matarlos a todos, porque generalmente viene un fiscalizador con ellos y están fuertemente armados, ya Chicho hizo el hoyo”.  

El hoyo de Chicho

Durante las investigaciones se buscó el famoso hoyo, encontrándose  un gran agujero a orillas de los arrecifes cercano por donde el cargamento debía en principio haber llegado, lo que suscitó una divergencia entre quienes investigaban el caso, ya que unos decían que ese era el lugar donde iban a enterrar los cuerpos, o sea “el hoyo de Chicho” pues todo indicaba era el hoyo que en la reunión de planificación se le había instruido hacer al mencionado Chicho, persona de nacionalidad haitiana  al servicio del Churro y de la entera confianza de este, sin embargo, otros sustentaban el hecho de que por la simetría casi perfecta del agujero, el lugar algo al descubierto y la carencia de evidencia suficiente que sin duda razonable permitiera afirmar que ese era el lúgubre hoyo tan afanosamente buscado, lo recomendable para la investigación era seguir profundizando sobre el particular.

¡Adivinen que!, una vez finalizado el proceso, se llevaron a cabo unos movimientos de tierra y grava en una propiedad del autor principal de la trama, y sin proponérselo, allí las autoridades encontraron el lugar donde tirarían los cuerpos convertidos en cadáveres, el cual fue llamado por los investigadores como, “el hoyo de Chicho”. 

La ejecución

Una vez dadas las instrucciones, repartidas las armas entre ellas, fusiles ak47, m16, ametralladoras automáticas y pistolas, mismas que luego de los asesinatos fueron dispersadas por toda la zona este, desde Boca Chica hasta La Romana, así como El Cañón del m16 que fue usado en la matanza y posteriormente lanzado al mar Caribe, pero, encontradas gracias al esfuerzo de las autoridades policiales y de la Marina de Guerra.

El personal fue dotado de radios de comunicación, algunos de los vehículos de los involucrados fueron usados en la trama, además de un camión Daihatsu azul, también una vanette Mazda azul, estos últimos para la movilización de la droga, consistente en mil trecientos (1,300) kilos de cocaína. 

Se reasignan roles a los participantes, se repasa una y otra vez lo que ya era inevitable, se visitan los lugares y se establecen las rutas, una de las ubicaciones aprendidas era donde los siete del patíbulo serían ejecutados. El alias Kiko quien conduciría el vehículo que amarrados y amordazados transportaría como ganado al matadero a aquellos infortunados, días antes había inspeccionado el lugar y fijada la ruta que debería seguir la noche de aquel nefasto cuatro de agosto.  

Se forman dos grupos, uno se disponía a buscar a los ocupantes de la embarcación que ya había llegado a playa Viyeya, gracias a Orín  (El Timonel) quien con su persistencia y pericia había podido encender uno de los motores, mientras el otro grupo compuesto por los militares que esperaban cercano y en ruta por donde pasaría el vehículo que transportaría a los ocupantes de la embarcación, cuyo chofer con una señal de luz les avisaría para que se colocaran detrás de ellos y entraran inmediatamente el viejo que brindaba “seguridad” en la casa, abriera la puerta, cosa que el anciano hizo sin saber lo que le esperaba.

Una vez dentro, el grupo de sicarios, militares vestidos con uniformes simulando ser miembros de la DNCD, de acuerdo a lo planificado, tiran al piso al anciano de la seguridad, a la doñita del servicio, y obviamente a las siete personas objetivos del macabro operativo, los amaran y los suben a los vehículos para de inmediato llevarlos al lugar donde se había determinado le darían muerte.

Pero, Kiko, chofer del vehículo que tan meticulosamente había aprendido y hasta repasado en su memoria aquella ruta preestablecida en el plan, no contaba que aunque esa noche llegaría como todas las demás cuando el sol decide retirarse , pero con la particularidad de que ese cuatro de agosto las estrellas no se dejarían ver, y la luna por alguna razón se había escondido, por eso esa noche fue “la noche más oscura antes no vista” y es por eso que Kiko no encuentra el lugar acordado, y es cuando a merced de la adrenalina como torpe consejera, deciden desmontarlos en unos cañaverales donde son acribillados.

El plan era darle muerte en el lugar previamente elegido para desde allí trasladar los cadáveres al hoyo donde lo sepultarían, pero la desorientación, la improvisación y el temor a ser descubiertos, esa noche que resultó ser la más oscura, fue la razón por la cual se pudo develar el cruel y siniestro suceso que, a tiros de fusil automático y disparos de pistolas, terminaron con la vida de Orín, el lázaro de Paya.

Luego de retirase los integrantes del grupo que de manera inmisericorde dispararon a mansalva sobre siete personas indefensas, Orín una de las víctimas que yacía tirado en aquel cañaveral, abre de manera intermitente los ojos y palpando a ciegas logra tocar el cuerpo inmóvil de su amigo Geovanni, diciéndole: ¡Giovanni! ¡Giovanni!! y este con lo que parecía su último aliento, le responde: ¡nos mataron, nos mataron!; Orín contaría luego, cómo se arrastró por aquel oscuro sendero hasta llegar a una localidad donde unas personas al verle repleto de sangre, se asustaron sacando uno de ellos un machete, mientras que él pedía desesperadamente ayuda, fue cuando un buen samaritano a los pocos minutos, minutos que le parecieron toda una eternidad, le brindo auxilio llevándole al Hospital Pedro Pablo Pina, en San Cristóbal.

Luego de recobrar la conciencia, narró cómo una enfermera con cara de asombro le preguntó, qué clase de droga había consumido ya que no había visto a nadie sobrevivir a la pérdida de tanta sangre  por heridas de balas recibidas, a lo que el absorto contestó: “nada, nada, yo no consumo drogas”; sin embargo, de esta afirmación se desdice cuando en las entrevistas realizadas por las autoridades, manifestó que desde que zarpó no se apeó un tabaco de marihuana de la boca (no existen datos científicos que avalen el uso de marihuana como algún inhibidor y/o coagulante que evite hemorragias).

Dos cosas perturbaron a Orín de manera impactante, la primera, enterarse de que su amigo Giovanni el mismo que dio por muerto en aquel oscuro matorral, había sido llevado con vida al hospital y luego fallecido y la segunda, cuando su mente perturbada por este trágico hecho, se vio confundida al ver la silueta del sicario que produjo las primeras ráfagas que de manera inmisericorde produjeron la muerte de sus paisanos, entre ellos, Giovanni, su amigo de toda una vida.

Declaró Orín, que no podía quitarse de su mente la profunda mirada de aquel asesino quien acudió al hospital para tratar de terminar lo que milagrosamente la noche antes, no pudo lograr, por lo que dio la voz de alerta, pero logra en ese momento escapar sin ser identificado, este hecho, dejó marcado a Orín de tal manera que en los interrogatorios frente a las autoridades, siempre lucia desconfiado, algo ausente y con delirios de persecución, llegando a repetir de forma poco coherente y sin que se le preguntara: “¡nos dijeron que al llegar nos iban a dar armas y solo nos dieron,  plomo!! 

La investigación y su teoría fáctica

Se entiende como teoría fáctica aquella que parte de hechos irrefutables, los cuales surgen de la noticia criminosa y a través de la actividad investigativa sirve para reconstruir los hechos que tendrán incidencia en la teoría jurídica, buscando demostrar la existencia de el o los tipos (s) penal; partiendo de esta premisa, hasta el momento el hecho irrefutable luego de conocida la noticia criminosa, fue la existencia de “siete cadáveres” encontrados en unos cañaverales presentando múltiples heridas de disparos que les provocaron la muerte, a todas luces se trataba de asesinatos relacionados con ajuste de cuentas y/o tumbe de drogas, cosa que se acentuó una vez conocido el perfil de los muertos, el lugar del hecho y la forma de ejecución, por lo que las autoridades investigativas conforme su jurisdicción trazaron las líneas de investigación en dos direcciones, la Policía Nacional se dispuso investigar el asesinato como tipo penal, mientras que la Dirección Nacional de Control de Drogas, lo relativo a un posible tumbe de drogas y/o ajuste de cuentas proveniente del narcotráfico internacional,  con el hándicap de que en ese momento no se había ocupado ni un gramo de droga.  

El chivo expiatorio

La presión social y mediática estaba haciendo fuertes y graves estragos en las autoridades encargadas de judicializar las investigaciones ya que conforme el criterio generalizado puesto de manifiesto a través de los medios, indicaba que la capacidad de respuesta no resultaba lo suficientemente efectiva, por lo que a un genio se le ocurrió el grave “error” de mostrar  una foto al ser interrogada la señora Mercedes Carvajal encargada de limpieza, misma que permaneció amarrada al momento del operativo simulado, mientras los ministeriales e investigadores policiales al mostrarle la  foto de una misma persona y de manera reiterada, le decían: ¿este es el comando? ¿este es el comando?, refiriéndose a la persona que en medio del operativo le llamaban comando y que conforme a sus declaraciones era el que daba las órdenes.

Fue tan insistente la pregunta al mostrarle la foto de la persona a quien “erróneamente” se quería vincular a este hecho, que la señora Mercedes llegó a contestar en tono tan temeroso como dudoso, “sí ese es el comando”, cosa que luego desdice una vez fue entrevistada por las autoridades antinarcóticas.

Semanas después, se pudo identificar de forma inequívoca al que llamaban comando, quien en primer orden fue el autor material de los asesinatos, pues fue el que disparó las primeras ráfagas y el que luego acudió al hospital para tratar de terminar con la vida de Orín Clinton Gómez.  

Los 13 marranitos

Las autoridades antinarcóticas enfrentaban un gran reto, pues, aunque todo indicaba la ocurrencia de la llegada de un gran cargamento, no se había ocupado ni un gramo de cocaína relacionado con el trasiego de droga que motivaron los asesinatos en la sangrienta noche de ese 4 de agosto, en Ojo de Agua, Bani.

Es cuando la inteligencia electrónica da sus frutos, varios cientos de llamadas con autorización judicial son analizadas por los investigadores, llamadas que habían sido colectadas de un caso al cual se le había denominado “Los Blancos” en alusión al poblado de Baní, donde semanas antes las fuentes físicas, aunque secundarias, habían informado que un cargamento de drogas procedente de Colombia iba a tener lugar por la zona sur del país.

La inteligencia registraba información valiosa en el narcolenguaje habitual, con la imaginación, el sarcasmo y la vena humorística típica del dominicano.  A los miembros de la DNCD,  o sea, de “las cuatro letras” le llamaban “Los necios”, a los que traían el cargamento “Los muchachos”, cuando la llegada del cargamento se vio retrasada “La fiesta se quedó para mañana”, “Las novias vienen llegando todas vestiditas de blanco” o sea que están cerca con un gran cargamento de cocaína, “al carrito se le pinchó la goma”, se le dañó el motor al bote, “la marrana parió 13 marranitos” quieren decir que “coronaron” o sea se les dio la operación y llegaron con 1,300 kilos.

Con esta última conversación sostenida por uno de los involucrados con una familiar, quien a todas luces sabia de las actividades delictivas de su hermano, se le pone número a la cantidad de kilos de cocaína llegada por la costa sur del país, cantidad que es confirmada semanas después con las declaraciones obtenidas por un testigo a cargo a quien se le procesó mediante un juicio abreviado y quien dio la información del lugar donde habían dejado 6oo kilos de la droga, de los cuales ya habían  retirado 200 kilos como medio de pago a varios de los involucrados.

Quedando unos 400 kilos que fueron “robados” por dos nacionales haitianos que servían de seguridad en la casa donde dejaron esa parte del cargamento; mientras que los restantes 700 kilos fueron retirados desde el día de su llegada por quien orquestó, planeó y ejecutó la operación que resultó con el asesinato de seis personas aquella noche de agosto.

700 kilos, quedaron el mismo día de su llegada en manos del churro, quien en una de las reuniones de planificación había manifestado que debía a una persona (oriunda de Barahona), a la vez que con voz altisonante ordenaba a los demás “hay que matarlos a todos”.

Judicialización y proceso

La primera línea de investigación dirigida a probar el tipo penal de los asesinatos, produjo los primeros apresamientos, destacándose un joven oficial de la Policía Nacional, quien pudo establecer la presencia de cada uno de los involucrados en los lugares donde se produjeran las reuniones de planificación a través de las celdas telefónicas y su paso por las repetidoras.

Una vez encontradas las armas se cerró el circulo pues ya se tenían los elementos probatorios y el móvil era más que obvio, contrario a la complicación que podría resultar de un homicidio sin cadáver, en este caso había no solo uno, sino seis cuerpos sin vida; mientras ya es sabido, las autoridades antinarcóticas no habían decomisado de este cargamento ni un miligramo de cocaína.

Pide con fe y espera sin ansias

La segunda semana de agosto, se arresta en la avenida Ecológica junto a su esposa a uno de los involucrados en la matanza, cuando estos intentaban recuperar parte de los 400 kilos que les había sido tumbada por los nacionales haitianos, quienes antes de partir con la droga hacia el vecino país, dejaron una cantidad indeterminada repartida entre algunos de sus conciudadanos y son precisamente los ocho kilos decomisados por un cabo y un raso de la Policía Nacional a la pareja de esposos, quienes la habían recuperado de dos nacionales haitianos que la habían lanzado por unos matorrales de la avenida Ecológica mientras emprendían la huida.  

En cuanto a la tipificación de narcotráfico internacional, se pudo comprobar la vinculación directa de esta interdicción de los ocho kilos de cocaína que fortuitamente se produjo en la avenida Ecológica con el cargamento de los 1,300 kilos que habían provocado la matanza de Paya; sin embargo, las autoridades encargadas de judicializar el caso, tenían opiniones divididas ya que la jurisdicción en donde se había realizado el decomiso pretendían llevar el caso por separado, sin observar que con esto peligraba el proceso de la droga de Paya, al final, la razón venció a la insensatez y se fusionaron los expedientes, así que una vez producidos los apresamientos, determinada la participación de los encartados, elaborada la formulación de cargos, aportadas las evidencias, así como pruebas materiales, documentales y testimoniales, a fin de demostrar la ocurrencia del hecho criminoso que conmocionó a la sociedad dominicana.

Las magistradas juezas Alina Mora y Natividad Ramona Santos, quienes componían en ese momento el Tercer Tribunal Colegiado de la Cámara Penal del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional, con gran valentía, evacuaron una sentencia ejemplarizadora, condenando con drásticas, pero justas penas aflictivas a los responsables de la matanza de Paya, hecho ocurrido hace ya más de dieciséis años, en la noche más oscura de aquel mes de agosto.

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