Por Fernando Quiroz
Panorama Opinión._ Contrario a las fechas de otras figuras dominicanas, este natalicio no es un motivo de celebración, sino el punto de partida de una de las páginas más oscuras de la historia nacional.
Una fecha poco socializada por la población dominicana, es el 24 de octubre, a menos que sea para celebrar el día de San Rafael.
Pero un día como hoy, de 1891, nació en San Cristóbal Rafael Leónidas Trujillo Molina, el hombre que sometería a la República Dominicana a más de tres décadas de miedo, culto a la personalidad y represión sistemática.
Su nombre quedó grabado en la historia nacional como símbolo del autoritarismo más brutal del Caribe.
Los orígenes de un tirano
Trujillo fue el tercero de once hijos del matrimonio entre José Trujillo Valdez y Julia Molina Chevalier. En su juventud, trabajó como telegrafista, pero pronto su nombre se vinculó a delitos como el robo de ganado, falsificación de documentos y asaltos, por lo que llegó a ser encarcelado.
La ocupación militar estadounidense de 1916 cambió su destino: fue reclutado y formado por las tropas de intervención. De guarda campestre pasó a convertirse en miembro y, más tarde, jefe de la Guardia Nacional Dominicana, una fuerza militarizada creada para garantizar los intereses norteamericanos. Desde ese punto, su ascenso fue vertiginoso.

El golpe y la farsa electoral
Amparado en el poder militar, Trujillo se benefició del descontento contra el presidente Horacio Vásquez. En 1930, facilitó una insurrección cívico-militar encabezada por Rafael Estrella Ureña, quien fungió como su aliado temporal.
Mientras las tropas rebeldes avanzaban, Trujillo -entonces jefe del Ejército- se mantuvo “neutral”, permitiendo el triunfo de los sublevados. Poco después se presentó como candidato a la presidencia, sin competencia real: sus contrincantes fueron perseguidos, intimidados o asesinados.
El 16 de agosto de 1930 asumió el poder, con apenas 38 años. Había comenzado la Era de Trujillo.
Un país convertido en hacienda personal
Desde el poder, Trujillo convirtió la nación en su propiedad. Todo negocio, decisión política o producción económica pasaba por sus manos o las de sus familiares.
El “Jefe”, como era llamado, utilizó las instituciones y las leyes a su conveniencia. Ejemplo de ello fueron las disposiciones que obligaban a la población a comprar en sus fábricas: prohibió andar descalzo para beneficiar su Fábrica Dominicana de Calzados (FADOC) y ordenó que las casas se pintaran cada año para asegurar ventas a su empresa de pinturas (PIDOCA).

Su control fue absoluto. Gobernaba incluso cuando aparentaba ceder el poder a presidentes títeres. El país entero vivía bajo vigilancia, donde hasta el pensamiento podía ser motivo de sospecha. Los dominicanos aprendieron a callar. A fingir. A sobrevivir.
El terror institucionalizado
Durante 31 años, el régimen utilizó el miedo como herramienta política. El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) se encargaba de eliminar opositores, reales o imaginarios. Torturas, desapariciones, asesinatos y censura marcaron la vida cotidiana.
Entre los primeros crímenes se cuentan el asesinato del poeta Virgilio Martínez Reyna, su esposa Altagracia Almánzar y su empleada doméstica en 1930, así como la ejecución del líder político Desiderio Arias en 1931.
Trujillo llegó a controlar incluso el lenguaje: era llamado “Benefactor de la Patria Nueva”, “Padre de la Patria Nueva” y “Primer Maestro”. En cada casa debía leerse la frase “Dios y Trujillo”, y Santo Domingo fue rebautizada como Ciudad Trujillo.
El control total
Los hermanos y familiares del dictador ocuparon altos cargos militares y políticos. Su hermano Héctor Bienvenido Trujillo (Negro) llegó a ser generalísimo y “presidente, mientras que el otro, José Arismendy (Petán), fue jefe de los medios de comunicación (La Voz Dominicana). Sus hijos Ramfis y Angelita figuraban como símbolos de una familia omnipresente. Provincias, puentes, escuelas y monumentos llevaron sus nombres.
Los intelectuales, artistas y profesionales fueron corrompidos o forzados a servir al régimen. Los pocos que se resistieron pagaron con el exilio o la vida.
Durante décadas, la población vivió bajo el terror y el silencio, hasta la noche del 30 de mayo de 1961, cuando un grupo de valientes decidió poner fin al régimen mediante su ajusticiamiento.

El fin del miedo, el inicio del trauma
La muerte de Trujillo no puso fin inmediato a su influencia. El país quedó marcado por el miedo, la censura y la memoria de miles de vidas quebradas.
El natalicio de Trujillo no se recuerda como un motivo de celebración, sino como el punto de partida de una de las páginas más oscuras de la historia nacional.
La fecha es una advertencia eterna sobre el peligro del poder absoluto y el silencio impuesto. Y es preferible que se recuerde más el 30 de mayo de 1961, el día de su ajusticiamiento.