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Por Sory Madelin
Panorama Opinión. Desde el inicio de los tiempos hemos visto cómo las civilizaciones se desarrollaban añadiendo tecnología a sus actividades cotidianas, y esto lo conseguían con el movimiento. Relojes, brújulas, mapas, siempre buscando nuevas rutas, nuevos espacios que asegurasen la supervivencia y donde pudieran producir los alimentos, hacer negocios y ejercer autonomía militar y política. Esto me hace ir a los anales históricos y repasar la vida de los grandes conquistadores y, de igual manera y sin pretender ser exegeta, al texto bíblico y repasar esas historias donde los protagonistas fueron exitosos o se libraron de morir en un momento determinado gracias a la migración.
Tenemos la historia de Noemí y Ruth, cómo tuvieron que salir de su ciudad natal luego del fallecimiento de sus maridos, quienes eran los proveedores, y prosperaron al punto de que su nombre es mencionado en la genealogía de Jesús. El relato bíblico también nos lleva a Abram, a quien Dios le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela a la tierra que yo te mostraré”.
Los hijos de Jacob migraron hacia Egipto para buscar comida en medio de una hambruna que azotaba toda la tierra. Siglos más tarde, Julio César migró cruzando el Rubicón por fines políticos y de obtención del poder, desafiando esa frontera terrestre que dividía las provincias de Roma y Galia. El resto ha sido historia y se cuenta sola. Este acto marcó un antes y un después.
En el año 1997, siendo aún una niña de 8 años, llegué al municipio de San Juan de la Maguana porque mi padre decidió que la vida capitalina no era lo que él quería para criar a sus hijos. Y no lo era Vallejuelo, el lugar de donde somos oriundos, porque había muy poco desarrollo. Nos quedamos en el punto medio; encontramos la escuela perfecta para nosotros, nos quedaba cerca de casa y allí conocí a esa niña hermosa, de pelo largo y grandes pestañas, a quien llamaré ZARAH. Siempre bien cambiada, tenía todo lo que estaba de moda, lo que veíamos en TV e inalcanzable para nosotros, ella lo tenía.
Su madre tenía estricto control, con una llamada diaria se empapaba de todo lo que pasaba, y con las limitaciones tecnológicas ZARAH no se atrevía a desobedecer órdenes puntuales que su madre le daba. No podía ir con el uniforme sucio o arrugado, ni despeinada. Y, aparte, muy inteligente. Nos hicimos tan amigas que siempre estábamos juntas en el recreo; éramos cinco niñas y también hacíamos los grupos de estudio juntas.
La maestra una que otra vez le hacía reclamos excesivos a ella, era la desprotegida de alguna manera, y recuerdo que un día ella y yo nos quedamos más tiempo en el patio luego del recreo. Empezamos a echarnos agua, nos mojamos todo el cabello y al volver al curso no solo interrumpimos, estábamos totalmente mojadas. Al caminar, ella mojó la pizarra y la maestra le dijo: “Lo peor que hizo tu mamá fue irse a Europa y dejarlos sueltos”, incluyendo a su hermanito a quien ZARAH siempre tenía que proteger y socorrer. Esas palabras hirieron a ZARAH y a mí, porque dos años atrás papi se había ido de Vallejuelo a Santo Domingo y yo me sentaba cada tarde a esperar que su vehículo llegara y nunca llegaba.
Pero estamos hablando de ZARAH, quien luego del reclamo de la maestra bajó la cabeza y, escurridiza, empezó a llorar. Yo, al verla llorar, le dije a la maestra Josefina: “No sea injusta, yo tengo a mi mami aquí y también me porté mal”. Ahora que soy adulta, entiendo lo difícil que fue para esa madre dejar a sus hijos atrás y migrar sin WhatsApp, Facebook, Facetime, Zoom y todas estas plataformas de conexión en tiempo real donde puedes acortar más las distancias, si de algún modo pudiera decirse. Y para esos hijos, estar lejos de su madre, siendo estigmatizados.
Según la ONU, las migraciones se dividen en:
Migración interna
Migración externa
Migración temporal
Migración permanente
Migración forzosa
Migración voluntaria
Y todas entran dentro del límite de la migración.