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Panorama Opinión. Hace unos días tuve la oportunidad de recorrer, junto a mi equipo de Panorama de la Mañana, varias ciudades del estado de Massachusetts: Boston, Lynn, Lawrence, Providence y Connecticut. No fue un simple viaje de trabajo, fue una experiencia que me permitió confirmar, una vez más, el enorme valor de la comunidad dominicana en el exterior.
En cada calle, en cada entrevista, en cada encuentro con líderes comunitarios y ciudadanos comunes, vi el mismo rostro de siempre: el dominicano que lucha, que emprende, que levanta su bandera en tierra ajena y que nunca olvida de dónde viene. Desde el bodeguero que madruga para abrir su negocio hasta la joven profesional que rompe barreras en la academia o en las empresas, todos tienen un mismo denominador común: el orgullo de sus raíces y la esperanza de un país mejor.
La recepción que nos dieron en ciudades como Lawrence, de la mano del alcalde Brian De Peña, la senadora estatal Ana Quezada y otros líderes locales, fue cálida y emotiva. Pero más allá de los reconocimientos protocolares, lo que me marcó fue la sinceridad de la gente. Escuchar a una señora decir: “Gracias por venir, hacía falta que alguien nos mirara desde la República Dominicana” es un recordatorio de cuánto hemos fallado en visibilizar a esa parte de nuestra nación que vive fuera de nuestras fronteras.
Los dominicanos en ultramar no son solo remesas, aunque estas sostienen buena parte de nuestra economía. Son cultura, son política, son emprendimiento, son resiliencia. Son una extensión viva de la patria que a veces sentimos distante, pero que en realidad late con la misma intensidad. Y ese corazón, que palpita en Massachusetts, Nueva York o Madrid, nos recuerda que somos un pueblo mucho más grande que el que cabe dentro de nuestra geografía.
Confieso que esta gira también fue un reto personal. Días de poco dormir, de mucho trabajo, de kilómetros recorridos, pero cada sacrificio valió la pena. Porque vi en los ojos de mis compatriotas un agradecimiento genuino, esa sensación de que les llevamos un pedacito de su tierra. Y eso, créanme, es más poderoso que cualquier reconocimiento oficial.
Por eso vuelvo convencido de que debemos repensar la relación entre la República Dominicana y sus hijos e hijas en el exterior. No puede seguir siendo una relación transaccional, donde solo se contabilizan dólares y envíos. Debe ser una relación de integración real, de representación política efectiva, de reconocimiento cultural permanente. Porque donde haya un dominicano, allí está también la República Dominicana.
Esta gira por Massachusetts no fue un final, sino un punto de partida. Y para mí, como comunicador y como ciudadano, es un compromiso renovado: seguir construyendo puentes, dando voz a los que muchas veces son olvidados y demostrando que la patria no termina en la frontera de la isla, sino que se expande con cada dominicano que, lejos o cerca, nunca deja de soñar con ella.