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El sistema de partidos en República Dominicana languidece. Hoy, se encuentra a las puertas de un colapso. La crisis es evidente: se desvanece el vínculo con la sociedad, se erosionan las instituciones, se agotan las ofertas políticas, se diluye el liderazgo y se debilita la democracia.
Anomia social, desgaste institucional y clientelismo como norma: la República Dominicana avanza por un camino de creciente desconexión entre la ciudadanía y el sistema político, con consecuencias profundas para el tejido social y el futuro democrático del país.
La creciente desconexión entre los partidos y la ciudadanía constituye la principal característica de este trance. Y así, el rescate de aquellas prácticas políticas que en el pasado consolidaron el sistema de partidos se torna cada vez más lejano, casi imposible.
Antonio Gramsci trazó un paralelo entre sociedad civil y sociedad política —conceptos que remiten, respectivamente, al ciudadano y al Estado—, ambos inmersos en una compleja red de relaciones de poder. En ese marco, el impacto de esta crisis no solo sacude a los partidos: golpea también a la democracia, a la sociedad y a sus instituciones.
Los partidos, concebidos como estructuras fundamentales para la articulación social y el funcionamiento del aparato estatal, han perdido su papel como garantes de derechos.
Con un sistema partidario debilitado, instituciones incapaces de responder y un aparato político reducido al clientelismo electoral, la democracia dominicana se enfrenta a una encrucijada que pone en juego no solo su calidad institucional, sino también su cohesión social y la confianza ciudadana.
Desconexión estructural y clientelismo
La desconexión entre partidos y sociedad limita su capacidad de movilización alrededor de ideas transformadoras. Por ello, recurren cada vez más al clientelismo y la cooptación, prácticas que erosionan el sistema democrático y pervierten el ideal del bien común. Los partidos en República Dominicana ya no articulan ideas, solo distribuyen favores.
Un diagnóstico reciente del sistema de partidos, publicado por Participación Ciudadana, confirma este escenario: apenas un 20.4% de los encuestados afirma confiar mucho o algo en el trabajo de los partidos políticos, que resultan ser las instituciones peor valoradas del país.
Del otro lado, un abrumador 43.9% expresa que no confía en absoluto en ellos. Esta desconfianza no es circunstancial, sino acumulativa. Se agrava en cada ciclo electoral y genera, como concluye el estudio, una creciente apatía y hostilidad ciudadana hacia las formaciones políticas.
En 2023 se batió un récord histórico: el 42% de los dominicanos consideró que la democracia podría funcionar prescindiendo de los partidos. Y de acuerdo con el Latinobarómetro de ese mismo año, el 74% de los ciudadanos opinó que los partidos políticos funcionan mal o muy mal.
Cartelización partidaria
A pesar de la saturación mediática y el esfuerzo propagandístico por recuperar la legitimidad perdida, los partidos tradicionales —y el sistema que los sostiene— atraviesan una profunda decadencia. Así lo sostienen diversos cientistas sociales y especialistas en ciencias políticas.
El sociólogo César Pérez plantea que los partidos han dejado de ser espacios de articulación ideológica o proyectos sociales, para convertirse en máquinas electorales. Esto ha derivado en un proceso de “cartelización” partidaria, donde lo esencial no es el servicio público sino el reparto de poder y beneficios.
Pérez recuerda que en República Dominicana existieron dos grandes bloques: el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), liderado por Joaquín Balaguer y con aspiraciones ideológicas y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), de raíz socialdemócrata, encarnado en la figura de José Francisco Peña Gómez, quien llevó hasta sus últimas consecuencias una visión inclusiva del Estado.
“El PRD fue la última oportunidad de construir un partido moderno”, reflexiona el sociólogo. “Peña Gómez introdujo reformas pensando en un Estado contemporáneo, pero terminó en manos inadecuadas que utilizaron el poder como vía para el enriquecimiento”.
Con su partida, el PRD perdió su esencia, mientras que el PRSC se desintegró tras la desaparición de Balaguer, quien se llevó consigo toda la estructura partidaria.
Del proyecto ideológico a la tecnocracia sin alma
En cuanto al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Pérez lamenta que una organización con vocación de izquierda en sus inicios haya terminado absorbida por el sistema. Tras la degradación física e ideológica de Juan Bosch, el PLD se alió al Frente Patriótico y subsumió sectores conservadores del reformismo. Así comenzó su giro hacia la derecha, abandonando sus principios fundacionales.
El PRD, por su parte, fue debilitado por luchas internas y terminó en manos de Miguel Vargas Maldonado, dando paso a la creación del Partido Revolucionario Moderno (PRM), que surgió con la intención de romper con la cultura perredeísta. Sin embargo, lo que se produjo fue una negación absoluta de la identidad original del PRD, reemplazada por una tecnocracia desconectada del sentir popular.
La Fuerza del Pueblo, en tanto, marca el regreso de Leonel Fernández, un político de ideas conservadoras rodeado de sectores ultraconservadores y reaccionarios.
En este contexto, Pérez señala que el país se encuentra en una encrucijada: sin liderazgo visible y con una izquierda fragmentada que no ha logrado superar sus concepciones anacrónicas, la construcción de un instrumento de cambio se vislumbra como una tarea lejana.
Cultura política degradada
El clientelismo y el paternalismo se han convertido en una cultura política que atraviesa todo el tejido social. Cuando la política se mercantiliza, se crea un individuo atomizado, desvinculado de lo público y refugiado en lo privado, incapaz de ejercer una ciudadanía activa.
Para el sociólogo Cándido Mercedes, los partidos han dejado de ser vehículos de articulación entre ciudadanía y Estado. “No tienen un contenido programático vinculado a la sociedad”, afirma. “Su única relación es clientelar, y por eso son la institución peor valorada: apenas un 20 de cada 100 personas les confía”.
Mercedes advierte sobre una crisis estructural: los partidos no practican democracia interna, reciben fondos públicos durante cuatro años y fondos privados con total opacidad, sin que se conozca quién aporta ni cuánto. Las reformas legales han sido diseñadas desde su hegemonía, sin una visión sistémica ni regeneradora.
Padrón de la fantasía
Mercedes apunta a un dato revelador: los partidos presentan padrones que no se corresponden con la realidad. La Fuerza del Pueblo declara tener 2.1 millones de miembros; el PLD, 1.7 millones; el PRM, 3 millones; y el PRD, 500 mil. Esto en un país donde menos del 30% de la población está afiliada a algún partido. En los años 70 y 80 esa cifra rondaba el 68%.
“Los partidos deben cambiar su relación con la sociedad, articular una agenda de país y dejar de creerse una casta especial”, concluye.
Crisis global, impacto local
La crisis del sistema de partidos en República Dominicana no puede desligarse de los procesos globales. Según César Pérez, esta crisis es parte de la propia crisis de la democracia, cuyo deterioro afecta directamente a las organizaciones partidarias.
Los partidos nacieron como expresión de la sociedad civil contra el absolutismo monárquico. Representaban proyectos de transformación, de liberación frente al poder establecido. Pero esa función histórica se ha diluido. Hoy, no existen diferencias sustantivas entre corrientes liberales y conservadoras. La ideología ha sido desplazada por el oportunismo.
Desde los años 70 se profundiza la crisis, y en los 80 se inicia el desmontaje del Estado benefactor. Los partidos, lejos de ser impulsores de las conquistas sociales, se convierten en maquinarias electorales dominadas por el clientelismo y la corrupción.
Una democracia de baja intensidad
La corta y frágil historia democrática dominicana ha estado marcada por golpes de Estado, intervenciones militares, violencia política e ingobernabilidad. En ese contexto nació una “democracia clientelar”, sostenida por instituciones que nunca lograron superar su matriz oligárquica, articulada en torno a un sistema presidencialista y caudillista.
El politólogo Fernando Peña describe cómo, tras la caída del trujillismo, el sistema político se reconstruyó con el respaldo norteamericano. El PRSC surgió como una opción conservadora reciclada; el PRD, como una apuesta progresista de articulación con la izquierda. Sin embargo, la hegemonía oligárquica, transnacional y represiva impidió que se consolidaran proyectos alternativos.
Aquel intento de retorno a la constitucionalidad con Juan Bosch fue truncado por la intervención militar de 1965. Y así se reorganizó el sistema bajo una lógica neotrujillista, encarnada por Joaquín Balaguer, que gobernó durante doce años con mano dura y reorganizó el Estado desde la represión.
Es una crisis que viene de lejos. Peña explica que la sobredeterminación de lo que considera la política imperial de Estados Unidos hacia República Dominicana marcó, desde 1962, el curso histórico del sistema político.
Según sus análisis, las decisiones estadounidenses frente a los acontecimientos en desarrollo fueron claras y estratégicas. Citando documentos de la época, Peña señala que: “En la República Dominicana tenemos tres posibilidades en orden decreciente de preferencia: un gobierno democrático decente, un gobierno filo-comunista o la vuelta al trujillato.
Por eso la inestabilidad entre 1961 y 1965 —que incluyó el tiranicidio, tres gobiernos efímeros, golpe de Estado, movilizaciones cívicas, ingobernabilidad, el intento de retorno de Bosch sin elecciones, la guerra de abril de 1965, la intervención militar norteamericana, el intento de imponer a Balaguer en el poder, el gobierno de transición bajo influencia estadounidense y, finalmente, el retorno de Joaquín Balaguer al poder— respondió a un plan calculado desde 1962.
En efecto, el país fue entregado de nuevo a las manos del trujillismo, ahora reconfigurado, como se había anticipado desde Washington.
La alternancia sin transformación
Con la caída del viejo bipartidismo y sin superación de los elementos que causaron la crisis, emergió una transición política sin rumbo. “Los partidos tradicionales terminaron, el liderazgo histórico desapareció, y ahora vivimos una etapa de vacío institucional que coloca al país al borde de la ingobernabilidad”, advierte Peña.
“En medio de las transiciones de partidos que son versiones recicladas del pasado —PRM, FP y PLD—, con liderazgos ausentes y un Estado disfuncional, el camino luce incierto”.
¿Hacia dónde vamos?
Décadas de debilitamiento institucional, partidos convertidos en maquinarias de empleo, y una ciudadanía que observa desde la distancia. La crisis democrática en República Dominicana no es súbita, sino acumulativa. Hoy se impone la pregunta urgente: ¿cuál será el costo humano, político e institucional de seguir ignorándola?
Como en otros países de la región, el país vive una desconexión progresiva entre el sistema de partidos y la ciudadanía. La anomia social, la informalidad institucional y la lógica clientelar reemplazan al debate público y al compromiso político.
En la actualidad, las transiciones de los partidos tradicionales —PRM, FP y PLD— no son más que mutaciones de lo viejo. La ausencia de liderazgos sólidos y la disfuncionalidad institucional colocan al país en un umbral de incertidumbre.
Si a ese panorama se suma el surgimiento de outsiders políticos, el peligro se multiplica. Como advierte César Pérez, podríamos caer en manos de “marionetas movidas por titiriteros sombríos”.
Frente a esto, el llamado es claro: “hay que reivindicar la democracia como herramienta de cambio, como resultado de las luchas sociales del pasado. De lo contrario, República Dominicana camina hacia las tinieblas”.